Microsoft, Bethesda y economía básica

La industria de los videojuegos no se encuentra a salvo de ese ultra capitalismo neoliberal que convierte a todos los agentes económicos en depredadores devora niños. Microsoft lleva meses posicionándose para la nueva generación que llega en poco más de un mes. Recientemente ha adquirido Zenimax Media y su estrategia de mercado está clara, los servicios.

En el otro lado del cuadrilátero de la competencia tenemos a ¿Sony? La compañía japonesa, más conservadora, sigue queriendo aprovechar su marca y la fuerza de sus exclusivos. Esto parece no interesar a Phil Spencer que, con el beneplácito de los todopoderosos accionistas de Microsoft, quiere golpear primero. Esto empieza. Es el mercado, amigos.

Para empezar: ¿de dónde sale Bethesda? Christopher Weaver fundó Bethesda Softworks en 1986. Esta empresa publicó varios videojuegos de deportes, Terminator y un largo etcétera, además de sacarse de la chistera la saga Elder Scrolls. Después de 13 años de éxito desarrollando y distribuyendo videojuegos, surge Zenimax Media. Y aquí tenemos que hacer una paradita técnica. ¿Por qué Christopher Weaver se alía con Robert Altman (abogado muy conocido por un escándalo bancario y desconocido en la industria de los videojuegos) para fundar Zenimax e iniciar el camino a convertirse en el gigante grupo de empresas que conocemos hoy?

A falta de una charleta con nuestro amigo Christopher para conocer las intenciones que tenía en su alianza con Robert Altman, lo más probable es lo siguiente. Siempre que se mezcla la ambición con una chapuza societaria (asesorada por grandes abogados) y necesidades de financiación tiene como resultado un holding. En este caso, Zenimax Media en 1999. Falto de conocimientos jurídicos y financieros, Christopher Weaver fue despedido de su propia empresa por su compañero de aventuras, Robert Altman. Tres años duró la alegría. No sabemos si le dio tiempo a recoger sus cosas, pero, tras el correspondiente acuerdo extrajudicial y su acuerdo de confidencialidad, poco o nada ha pintado Weaver en las decisiones de Bethesda.

Esta jugada de despedir a uno de los fundadores no es la primera vez que la vemos ya que son conocidos casos parecidos como el de Nolan Bushnell (Atari) o Steve Jobs (Apple). Tiburones como Robert Altman pocas veces pierden. Después de la salida de Weaver, Altman se hizo con el poder de la empresa. Aliado con otros depredadores capitalistas, como el hermano de Trump (sí, parte de tu disfrute con los videojuegos de Bethesda se lo debes a la familia Trump)o el fondo de inversión Providence Equity Partner, llegaron grandes inyecciones de capital. Todo esto hizo posible que el grupo Zenimax fuese de compras añadiendo a su carrito Arkane Studios, Id Software, Tango Gameworks o Interplay Entertainment.

Todas estas compras estaban colocando el lacito de “se vende”. La economía, como la define el gran Thomas Sowell, no es más que el empleo de recursos escasos que tienen usos alternativos. En este caso, Microsoft está apostando por su división de videojuegos (usos alternativos) y ha pagado 7.500 millones de dólares (recursos escasos) por la compra del grupo Zenimax Media. Para que os hagáis una idea de la dimensión de la compra, Disney pagó 4.000 millones por Lucasfilm y Tencent 8.500 millones por Clash of Clans.

Como hemos comentado al principio, esta compra deja clara la intención de Microsoft en esta generación. Quiere convertirse en el Netflix de los videojuegos y no anda muy lejos. Las suscripciones a Xbox Game Pass han aumentado hasta 15 millones (Netflix tiene 180 y Disney+ 60). Hasta que conozcamos su techo, está claro que este movimiento refleja la prioridad que empiezan a tener los consumidores por disponer de un catálogo amplio de videojuegos a cambio una suscripción al mes. Catálogo que no va a parar crecer ya que se rumorean más compras de estudios. Aquí surge la siguiente pregunta, ¿Es Xbox un monopolio? ¿Hay riesgo de que se convierta en uno?

La respuesta es un rotundo no. Un monopolio significa un vendedor. Y Microsoft ni es el único vendedor de consolas ni el único vendedor de videojuegos. Además, el sector del entretenimiento es tremendamente competitivo y las alternativas que tenemos los usuarios son infinitas. Se acaba de lanzar Amazon Luna, y Google dudo que se quede parada con el fracaso de Stadia. Las necesidades de los usuarios cambian continuamente. Cualquier error en el cálculo económico por parte de la empresa puede llevarla a la quiebra o a su salida del mercado. Atari declaró la quiebra tras ser líder y pionera en el mundo de los videojuegos. Sega no comercializa una consola desde el fracaso de Dreamcast. Steam introdujo la distribución digital de videojuegos y, desde entonces, cada semana le sale un nuevo competidor.  Todo ello sin tener en cuenta miles de empresas de menor tamaño que se han quedado por el camino. Grande no significa monopolio.

¿Y un oligopolio? ¿Y un cártel? Tampoco. No existe ni la más mínima opción de que las empresas colaboren entre sí para establecer los precios. El que crea que los precios se ponen al arbitrio de multimillonarios desde un despacho con un par de llamadas, no ha entendido nada. La formación del precio es un proceso muchísimo más complejo. Por lo que, hasta nueva alternativa, el precio es uno de los indicadores más preciados que tenemos en nuestra economía de mercado. Seguiremos disfrutando de toda la información que contiene un “numerito”. Siempre con el permiso de los reguladores, supervisores, controladores y, ah sí, el Estado.

En el momento que Microsoft deje de cumplir las expectativas de los consumidores, tranquilos, el mercado se lo dirá a bofetadas con un “sube el precio que quiebras”, y aquí es donde entra la competencia. El Xbox Game Pass resulta atractivo al precio actual, las suscripciones no paran de aumentar. Pero, ¿a qué precio dejaría de serlo? Microsoft, al igual que cualquier compañía de semejante tamaño, está sometida a una competencia voraz. ¿Quién se acuerda de Kodak? ¿Y de Nokia? Estas preguntas solo las podrá responder el tiempo. Frédéric Bastiat, economista francés del siglo XIX (sospechoso seguro), lo explica mejor que yo, “la competencia ha sido y será siempre problemática para aquellos que tienen que competir”. Y a Microsoft le va a tocar, y mucho, en los próximos años.

Para ir terminando con esta oda al capitalismo (no lo digo muy alto que el Estado Vigilante no descansa nunca), no hay beneficio sin riesgo. Microsoft y cualquier empresa de semejante tamaño corre uno fundamental: las deseconomías de escala. ¿Y esto qué es? Cuanto más grande se hace una empresa más difícil es de supervisar y coordinar. De momento tiene que coordinar Bethesda. En la prensa y declaraciones oficiales todo son palabras bonitas y vacías por parte de los directivos de ambas empresas. El departamento de Marketing hace su labor y todos están contentísimos e ilusionados con la compra. Pero no olvidemos que Microsoft tiene ahora el 100% del grupo y Robert Altman, el actual CEO, ya tiene 73 años. Puede ser un buen momento para el retiro dorado. Y ya que estamos, para mejorar ciertas prácticas de los últimos años. Clink clink.

Nintendo vs Sega, Xbox 360 vs PlayStation 3, AMD vs Intel. Las consecuencias de la competencia son claras, menores precios y más calidad para el consumidor. Algunos quieren que esa competencia desaparezca a golpe de abstracciones desde el sofá de casa, o silla gamer en este caso, como “es necesario un cambio en la producción de los videojuegos”. Siguen esperando el reino de los cielos donde el capitalismo caerá acompañado de celebraciones. Lo que no saben es que sus amos no acudirán a la fiesta. Niegan la realidad. Viven en un mundo donde lo fundamental es molestar, no aportar. Se creen rebeldes y no llegan a revolucionarios. En su edén no habrá competencia (ni videojuegos) y habrán encontrado lo que buscan: la servidumbre perpetua. De mientras, no olvidéis dar las gracias a los tiburones.

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