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La presión de Estados Unidos sobre el petróleo venezolano agrava la crisis energética de Cuba

La ofensiva de Estados Unidos contra el sector petrolero venezolano comienza a tener efectos colaterales directos en el Caribe, especialmente en Cuba, que enfrenta uno de los momentos más críticos de su historia reciente. Las restricciones impuestas por Washington a la denominada “flota fantasma” de Venezuela han provocado una caída significativa en los envíos de crudo hacia la isla, profundizando su ya severa crisis económica y energética.

Expertos consultados advierten que la situación podría empeorar si se intensifican las medidas estadounidenses. “Lo más probable es que, con las recientes acciones en el Caribe, las entregas de petróleo venezolano a Cuba continúen disminuyendo”, señaló el economista y politólogo cubano Arturo López-Levy. Para el economista Ricardo Torres, autor de Cuba Economic Review, las consecuencias para la isla “serían desastrosas”.

Una dependencia histórica
La relación energética entre ambos países se remonta al año 2000, cuando se firmó el Convenio Integral de Cooperación Cuba–Venezuela. Desde entonces, Caracas ha suministrado petróleo a La Habana como forma de pago por servicios profesionales, principalmente en las áreas de salud y educación. Con el paso del tiempo, Venezuela se convirtió en el principal sostén energético externo de Cuba, un rol comparable al que desempeñó la Unión Soviética durante la Guerra Fría.

Aunque los volúmenes exactos no son públicos, especialistas coinciden en que los envíos han disminuido de manera sostenida en la última década, debido al desplome de la producción venezolana y al impacto de las sanciones internacionales.

Una nueva vuelta de tuerca
La presión naval de Estados Unidos sobre los buques que transportan crudo venezolano ha representado un golpe adicional para Cuba, que atraviesa su quinto año consecutivo de crisis, marcada por escasez de productos básicos, inflación, apagones prolongados, deterioro de los servicios públicos y una migración masiva.

Según López-Levy, la estrategia estadounidense no solo apunta a debilitar al Gobierno de Nicolás Maduro, sino que también busca afectar directamente al sistema cubano. “Para sectores de la administración estadounidense, Venezuela y Cuba forman parte de un mismo problema”, sostuvo.

Cuba necesita entre 110,000 y 120,000 barriles diarios de petróleo para sostener su economía. De esa cifra, alrededor de 40,000 provienen de producción nacional, mientras que el resto debe importarse. Venezuela, que en el pasado llegó a suministrar hasta 100,000 barriles diarios, apenas ha enviado este año un promedio de 27,000, según datos de Reuters.

La brecha resultante se traduce en apagones de hasta 20 horas diarias, paralización industrial y largas filas en las estaciones de combustible. La Habana carece de divisas suficientes para compensar ese déficit en el mercado internacional.

Apoyos limitados y pocas alternativas
Rusia ha realizado algunos envíos, estimados en unos 6,000 barriles diarios en 2025, aunque expertos consideran que Moscú no está en condiciones de sustituir a Venezuela de manera sostenida, debido a la guerra en Ucrania y sus propias dificultades económicas.

México, que en 2024 envió cerca de 23,000 barriles diarios, ha reducido sus suministros este año a unos 2,500 barriles diarios. Analistas atribuyen esta caída a la necesidad del Gobierno mexicano de preservar su relación comercial con Estados Unidos.

Ante este panorama, surge la incógnita sobre quién podría financiar nuevas compras de combustible y asumir los riesgos de transporte bajo las actuales restricciones. Para López-Levy, China podría desempeñar un papel clave mediante créditos o financiamiento indirecto, aunque subraya que se trataría de una decisión geopolítica más que ideológica.

Pese a la gravedad del escenario, el experto considera que no debe subestimarse la capacidad de resistencia del sistema cubano. Sin embargo, advierte que una cosa es la supervivencia coyuntural y otra muy distinta la solución de la crisis estructural que atraviesa el país, la cual —afirma— no muestra señales claras de resolverse a corto plazo.